18 julio 2008

Esa manía periodística de inventar nombres...

Parece que los ínclitos señores de "La 2 Noticias" han sentado cátedra.
Esta misma mañana estaba viendo las noticias de Tele 5 y he visto que el rotulista de esta cadena también ha decidido seguir el ejemplo "Tel Avid" y escribir como le ha salido del teclado. En este caso, refiriéndose al Gobernador de California. Sí, el famoso actor Arnold... Arnold...
¿Schevernadze? ¿Adenauer? No, no, tranquilos, que en Tele 5 nos lo aclaran. Su apellido es "Shwatzeneger". Así.
En fin, que por lo que yo recordaba de mi magro alemán, a mí me daba que se habían comido algunas letras. De modo que decidí hacer una pequeña comprobación. Y ahí estaba.
El apellido, señores rotulistas de Tele 5, se escribe "Schwarzenegger".
Pero ustedes tranquilos, que solo se han comido dos letras y se han inventado una "t" que no aparece por ninguna parte.
No pasa nada, solo es el nombre de un famoso actor y del Gobernador de uno de los Estados más influyentes del país más poderoso de la Tierra. No es como si alguien fuera a conocerle.
Entendámonos, no quiero darme ahora aires de experto en onomástica sajona. De hecho, como acabo de decir, he tenido que asegurarme de cómo se escribía el apellido de nuestro querido Goberneitor.
Pero ahí está el tema. Me he asegurado.
Si yo, que escribo en un más que modesto blog, me he tomado los dos minutos que lleva el verificar la correcta ortografía de un nombre, ¿no deberían hacer lo mismo los periodistas?
Caray, que se les supone profesionales de la información. ¿Cómo pueden estar tan desinformados? O lo que es peor, ¿no es una ironía que estos profesionales, con sus errores, nos desinformen a los demás?
Por no mencionar que sus meteduras de pata llegan a millones de personas.
Es que ya me imagino la charla en la sede de Tele 5:
"- Oye, ¿cómo se escribe Chorchenaguer?
- Pos yo creo que s'ejcribe tal que asín".
Digno de Forges. Como diría el entrañable Pazos, "¡qué profesional!".
Pues nada, sigamos con esta sana costumbre ibérica de hacer el trabajo de la forma más cutre posible. Así llegaremos lejos.

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14 julio 2008

Respondiendo a los comentarios sobre “La fábula de la isla”

¡Saludos!

Hay quien ha planteado temas interesantes tras leer mi entrada sobre los isleños. En vez de contestar en los comentarios, he preferido dar una respuesta amplia aquí, en primera plana.

Creo que soy una persona bastante optimista e idealista. Pero también me gusta ser pragmático de vez en cuando. Esta es una de esas ocasiones.

Para empezar, y dadas las dudas suscitadas, debo aclarar la metáfora. Cuando hablo de “la isla” y “los isleños”, estoy hablando de la comunidad internacional. No hablo de abstracciones o ideales. Es importante que señale esto, porque me parece que entonces se entiende mejor mi postura.

En un nivel teórico e ideal, estoy de acuerdo con los comentarios vertidos. La justicia debe estar por encima de las leyes. Y el mundo sería un lugar estupendo si el aparato estatal no fuera necesario.

Pero no hablo de eso aquí.

Lo que vengo a decir, en concreto, es que el mayor problema de las relaciones internacionales actuales es que son bastante anárquicas.

No hay normas vinculantes. No hay obligaciones y derechos. Es la ley del más fuerte.

Las sociedades humanas, en general, hace mucho que evolucionaron en otro sentido.

Haciendo una profunda abstracción, a grandes rasgos, creo que la evolución ha sido: Primero, la ley del más fuerte. Luego, la ley del dirigente (jefe de tribu, líder militar, sabio, sacerdote, rey,…). Luego, la ley del grupo selecto. El último paso al que hemos sabido llegar es la ley de la mayoría.

Idealmente, el sistema debería evolucionar hasta la desaparición de la ley, por innecesaria. Pero todavía no estamos ahí.

Las relaciones internacionales no han sabido salir de los primeros pasos. Ahora empezamos a movernos por el terreno de la ley del grupo selecto. Pero nos hemos estancado ahí y no llegamos al escalón de la ley de la mayoría.

En mi opinión, llegar a ello supondría un considerable avance que reduciría mucho las tensiones en las relaciones internacionales. Pero no estamos ahí. Y, lo que es peor, los dirigentes mundiales no tienen ningún interés en llegar.

De eso me quejo en la fábula.

“Las leyes en sí no tienen valor, lo que tiene valor es la justicia”.

Eso es cierto. Pero las relaciones internacionales son más complejas que esto. Y, lamentablemente, la justicia brilla por su ausencia en este ámbito.

Si dejamos las cosas como están, seguirá habiendo injusticia. Pero si forzamos el paso a la ley de la mayoría, podremos acabar imponiendo la justicia a los dirigentes.

Idealmente, luego podremos pasar a esa fase de no necesitar las leyes. Pero si nos dejamos llevar por la inercia en las relaciones internacionales, esa fase no llegará nunca.

Nuestros dirigentes, en el orden internacional, no van a imponer una justicia universal porque no les interesa. No podemos confiar en que eso surja de forma natural de sus corazones bienintencionados.

Así que tenemos que obligarles a dar el siguiente paso, para que la justicia salga poco a poco.

Es decir, tenemos que obligarles a ceder parte de su poder. Para ello, deben someterse a unas normas universales y vinculantes. Unas leyes internacionales que les obliguen a todos por igual. Leyes que, por cierto, hoy no existen.

En definitiva, se trata de convertir en real el principio de la ONU de que todos los Estados son iguales. Y hacer que haya derechos y obligaciones similares para todos.

No les va a gustar, claro. Pero tampoco les gustó a los nobles ceder sus privilegios, y eso no ha impedido que hoy ya no existan ni el derecho de pernada ni la esclavitud (por lo menos, por estos lares).

Vamos, que hay que darles un toque de atención a los isleños. ;)

Gracias por el debate.

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